Yo tenía un conejo.
Yo estaba tranquilo.
Yo tenía un conejo.
Yo escuchaba María Callas en los brazos de mi hija.
Yo tenía una vida, amable, la gente me llamaba: vení a casa, nos juntamos a comer, a charlar.
Yo tenía chances de elegir.
Yo tenía un trabajo.
A veces, me hacía una sopa con los restos del día y dormía hasta las 12.
Sí, me despertaban los ociosos del culto, pasándome sus libritos por el tragaluz de la ventana.
Yo podía despertar.
A veces, me sentaba en el baño con la pierna apretando la puerta, escuchando el golpe del viento, la ternura de las horas.
La única lectura eran los recuerdos, el baho de lo que no entraba en mi cuerpo.
Al conejo lo atacaron los perros, yo le curé la pata. Yo le acaricié el lomo. No lo soñé muerto, no. Sus ojitos rojos me miraban, me decían no no no.Yo tuve un alambre largo, antes de la guerra, para alcanzar esas cosas que siempre están lejos o cerca.
Yo estaba en otro lado.
martes, 9 de octubre de 2007
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