martes, 9 de octubre de 2007

Pueblos

Por sobre todas las cosas odio los gatos. Pero también me jode que los perros me salgan al paso. Que me ladren cuando voy en moto. Que me tiren un tarascón como si mi gamba les perteneciera. Mierda. Perro de mierda. Los perros del bulevar. No tengo nada contra los perros que duermen en el filo del portón, se que no son ellos los que desparraman la basura. Ellos solamente se desinflan sobre el pasto donde no crece nada. Y ahí permanece durante días la mancha de sudor, de tierra, como un cadáver marcado en el piso después de un homicidio. Acomodado a veces en un rincón, donde el viento no llega y la luz de la calle se pierde.Esos perros pertenecen a ese territorio, otros no tienen lugar, y giran por el barrio, lastimados por la indiferencia, tomando agua del charco que deja la vieja cada noche cuando lava la vereda. Vieja de mierda.A ver, conservadores y defensores de los perros, bajen los carteles un rato, esos que dicen: "NO ME MATES, CASTRAME" y pasen por el barrio. Será fácil. Si ya sé, la perrera. Esos tipos vestidos de blanco que tienen un camión y suben a los perros y abren una llave de gas y mueren asfixiados O son llevados a un quemadero camino a Despeñaderos donde serían rociados de combustible y prendidos fuego. O alguien se imaginó que alguna persona como nosotros, nacido bajo el mismo fuego, pondría a los perros frente a un caño de escape para matarlos.Esos perros arrastran bolsas, cartones, hociquean los yogures de una dieta demorada, comen los restos de los restos. No tienen dueño.
Pudieran, como nosotros, ser los perros que huyeron cuando se quedaron sin dueño y sin pueblo.

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